lunes, 7 de febrero de 2011

En un asiento del bus... entendí que el mundo quiere hablar


Hoy no voy a escribir sobre lo que han escrito otros. Tampoco voy a referirme a algún asunto de actualidad. Hoy simplemente voy a unificar dos deseos en un proyecto que espero algún día pase de la ilusión con que hoy nace.

Siempre me he quejado de que me molesta la gente… de que a veces siento como que no encajara con la sociedad moderna… de que a pesar de mi edad vivo en una paradoja con las satisfacción de los viejos y con la energía de los jóvenes.

Pero por otra parte, es ciertísimo que me encanta conversar, casi con quien sea, mientras el tema no sea banal, porque yo no sirvo para superficialidades.

Hoy mientras viajaba en el bus de ida hacia el trabajo, un muchacho me entregó un librito con selecciones de pasajes bíblicos mientras me decía “Para que lo lea en el camino”. Y aunque no soy religiosa, pensé que era una manera bonita de empezar el día. ¡Qué agradecida quedé con él porque me inyectó positivismo! No lo leí inmediatamente porque llevaba otras cosas en la cabeza, pero sí procuré guardarlo cuidadosamente para poder dedicarle tiempo en casa.

¡Pero qué coincidencia! Cuando vengo de regreso en el bus hacia mi casa, un señor de 77 años –porque me lo dijo él mismo- me ofreció cálidamente el asiento que estaba a su lado y me dio la bienvenida al viaje. Pintoresco y afectivo. Esa es la descripción de la escena. Más que su amabilidad, fue su prestancia la que me inspiró confianza; saco y boina negra; elegante y distinguido; el porte de un académico. Tardó algunos minutos en dejar la revista que venía leyendo, cuando empezamos a conversar. Bastaron unos 15 minutos para que pasáramos de la explosión demográfica, a la dignidad humana, a la política y a una reseña de nuestro pueblo de nacimiento. 15 minutos que yo deseaba fueran un par de horas, o que por lo menos me rindieran hasta llegar a la terminal, pero mi parada estaba a mitad del camino… con pena tuve que dejar nuestra plática, pero agradecida le estreché la mano que me extendió en señal de despedida. Y nuevamente bajé del bus con una gran sonrisa y con los pulmones cargados de satisfacción y deseos de aprender.

Este par de acontecimientos que justamente hoy coinciden me han puesto a pensar –y a desear- que sería muy bonito y útil poder lograr un espacio donde las personas mayores puedan compartir sus experiencias y conocimientos con quienes queremos conocerles y seguir su legado. Sueño con que ese espacio sea más que un centro de estudio o centro diurno, yo quisiera que fuera un lugar donde entre café y chorreadas pudiéramos escucharles hablar de sus vivencias, de sus experiencias, y de sus expectativas. Y también sueño con que la gente pueda conocer a Dios, en la denominación religiosa que sea, para que logre maximizar el disfrute de sus días, pues Él es la única y verdadera compañía. Así como ese muchacho me pasó un librito cargado de mensajes de fe, pero sobretodo cargado de esperanza de que yo lo utilice, así deberíamos transmitirle al mundo entero que aún podemos vencer al miedo con sólo vestirnos de actitudes constructivas.

Mi ilusión también es personal, porque quisiera poder plasmar esas vivencias de estas personas en un texto para la posteridad. Un documento que los inmortalice no por filósofos, ni estadistas, ni celebridades, sino por ser seres humanos de carne y hueso con una visión de mundo muy propia. Me encanta escribir, ese no es un secreto, pero quisiera que esa escritura fuera un medio para poder eternizar a esas personas que tienen tanto qué decir y compartir con una sociedad no sabe cómo detenerse a escuchar.