domingo, 18 de diciembre de 2011

Humanismo y educación: el nuevo renacimiento

La educación siempre ha sido un elemento esencial en mi vida: dos de mis tres décadas han pasado entre aulas, tareas, proyectos e ideas maravillosas que han construido mi identidad y mi pasión por las artes, las letras y la música. He probado tanto la educación estatal como la privada y he podido aprovechar lo mejor de cada una de ellas y he llegado a la conclusión de que para mí, la vida sin aprendizaje (académico, profesional o social) no tiene mucha dirección que digamos.
He descubierto que a pesar de que siempre he renegado ponerme frente a una clase –aunque tuve varias oportunidades y nunca las aproveché amparada en mi impaciencia para tratar con estudiantes-, creo que todos deberíamos tener acceso a una educación integral que incluya programas con contenidos humanísticos y artísticos que nos permitan descubrir el valor de los pensamientos, conocer filosofías diferentes y adentrarnos en sensibilidades que, aunque  no compartamos, nos permitan ver la vida con mayor objetividad y tolerancia.
Y es tal vez por esas experiencias que me impacta tanto ver cómo la educación es vista hoy de de una manera tan simplista como un medio para obtener un trabajo: los muchachos que presentan sus exámenes de bachillerato rechazan la lectura, la historia y las funciones matemáticas porque a su parecer no sirven para nada y no les servirán para hacer dinero (claro está, sin estos conocimientos no podrán si quiera pasar de la etapa preliminar mucho menos llegar a la final de Quien Quiere Ser Millonario, a menos de que las preguntas consistan en saber si Justin Bieber y Selena Gomez visitan Tiquicia, o si los protagonistas de Jersey Shore se dieron de golpes, o peor aún, si Combate le ganó en raiting a El Chinamo). Mientras tanto, los graduados universitarios no buscan estudiar una maestría ni realizar proyectos de investigación porque no son bien pagados. Aquí es donde yo me pregunto, ¿a dónde quedó la realización profesional?
Nuestra sociedad se debate en un dilema moralista donde criticamos la corrupción pero donde no forjamos pensamiento ni ética. Si a nuestros políticos les ha sido sencillo dejarse llevar por el dinero fácil, a nuestra juventud le será muy difícil tomar decisiones imparciales y favorables para el bien común si los arquetipos que tienen en frente son egocéntricos y temporales.
Bien dice mi amiga Mar que estamos en la era del simplismo: Coehlo destaca en este 2011 como la segunda “personalidad” influyente en Facebook (con relatos nada complejos que tienen la misma trama libro tras libro); los best sellers de las librerías son los textos de vampiros enamorados y los eventos noticiosos que perduran en nuestro país son las visitas de las selecciones de fútbol que vienen a ¿enfrentarse? a la nuestra -¿O de verdad recordamos al menos el 50% del recuento anual de noticias publicado hoy por La Nación en Proa?-.  Ah, y no olvidemos que nuestra “suiza centroamericana” se está convirtiendo en el país de las protestas, donde los “indignados” prefieren hacen paros cada dos días (para poder hacer reclamar uno y descansar el otro) antes de proponer soluciones y negociar, sin siquiera conocer que sus acciones nos empobrecen más que los actos que reclaman. A este paso, en menos de veinte años habremos retrocedido más de lo que podríamos avanzar.
Creo que nuestra educación debe fortalecerse y modernizar sus métodos: fomentar la crítica y el humanismo a través de la lectura de los grandes pensadores y dramaturgos y contextualizarlos a nuestros días debería ser sencillo -por algo son atemporales-, conocer a Da Vinci, Picasso y Andy Warhol haría de las artes algo más creativo y sensible que las tradicionales maquetas de plastilina, y convertir a la literatura y a la música en un viaje escapista en vez de un recital de párrafos e himnos aportaría más creatividad y espontaneidad a nuestras personalidades, sin contar los beneficios para nuestra salud mental.
Claro, para poder ver la vida con mayor claridad y sensatez necesitamos alcanzar madurez. El problema es que esa madurez está tardando cada vez más años en llegar tanto a nivel individual como a nivel social. Y estoy de acuerdo con que definitivamente debemos invertir nuestro tiempo y nuestros recursos en cosas que nos hagan más productivos, pero esa productividad debe ser holística. Por eso creo que estamos a las puertas de protagonizar un Nuevo Renacimiento –aunque el término suene anticuadísimo- donde resurjamos socialmente y logremos marcar un movimiento cultural que reactive el conocimiento y el progreso.