miércoles, 20 de julio de 2011

Cambiando el mundo una sonrisa a la vez

Ahora que los tiempos son tan convulsos y vemos sangre por todos lados, oímos golpes y gritos a escasos metros, y el ambiente huele a putrefacción cada kilómetro, me he puesto a pensar un poco en lo necesario que es marcar una diferencia del y en el resto de la sociedad.
Casi todos los días en algún lugar nos recomiendan ser agentes de cambio y de influencia, pero suponemos que para lograrlo debemos ser genios –o magnates- para aportar soluciones que nos saquen del tercermundismo, o ser megaconocidos para lograr transformar el comportamiento de un grupo significativo de personas. Pero lo cierto del caso es que no se necesita más que voluntad para aportarle algo diferente al mundo.
Con pocas y sencillas acciones podemos detonar cambios de actitudes en cuestión de segundos, o cambiarle el día a alguien, o hasta hacer memorable un segundo que agonizaba en el olvido. Tan sólo debemos preguntarnos: ¿Qué puedo hacer para combatir la indiferencia? ¿Cómo me alejo de tanta irrelevancia?
Estas son preguntas que todos deberíamos hacernos a diario si verdaderamente nos importa nuestro futuro y si tenemos suficiente respeto por nuestra propia dignidad. Les aseguro que si logramos responderla al final del día, estaremos demostrando que podemos marcar un cambio en nuestra actitud y en la de quienes rodean. Sin embargo, nuestras respuestas requieren que asumamos un compromiso personal hacia adentro y hacia fuera de nosotros mismos.
Por eso decidí formalizar mi compromiso con la humanidad; hoy, aquí, ahora. En este momento me comprometo a dar lo mejor de mí como persona. Mi compromiso es ser feliz y hacer que los demás sonrían al menos una vez al día. Lo hago porque creo infinitamente en el poder de la risa y la sonrisa. No es que haya decidido ser comediante, aunque muchas veces pareciera que me tomo la vida como si fuera un chiste. Lo que pasa es que -a fin de cuentas- la felicidad es un estado mental precedido por una decisión, y yo decido que a pesar de toda la negatividad que nos envuelve, es mi responsabilidad sentirme bien y esforzarme por contagiar de buena vibra a quienes estén a mi lado aunque sea por unos breves minutos. Que sonrían por una broma, por una mueca, por un saludo, por un gesto, por un abrazo… por lo que sea, pero que sonrían, pues la sonrisa es un ejercicio para el rostro, para el cuerpo y para el espíritu.
También estoy comprometida con el optimismo y lo he adoptado como estilo de vida. Confío en las buenas intenciones y sé que las actitudes positivas pueden convertirse en una epidemia beneficiosa si tratamos de difundirlas con ahínco. Creo que una pequeña acción -como una sonrisa- puede iniciar un efecto dominó que a su vez provoque efectos colaterales positivos en nuestra gente. Aparte, no cuesta nada y podemos lograr cambios significativos.
Nuestro mundo se está reduciendo a un hábitat sin armonía ni humanidad. Vivimos en una incesante y paradójica aceleración monótona que nos envuelve día a día, y perdemos de vista el horizonte. Nuestras prioridades se disfrazan de importancia y urgencia y en realidad no son más que irrelevancias. Así que los invito a que hagamos un fugaz monitoreo de nuestra existencia y examinemos qué podemos hacer diariamente para rescatar nuestra dignidad y para evitar una “vida” en depresión crónica. Vale la pena el intento.






1 comentario:

  1. Es cierto hace algun rato vi una pelicula en exceso comercial, pero hubo una frase que me impactó:

    "Se el milagro"

    con pequeñas acciones algo a nuestro al rededor puede cambiar.

    un saludo!

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