Creo que soy muy afortunada al poder afirmar que toda mi
vida he sido feliz, sin duda. Y lo he hecho gracias a las bendiciones que me ha
dado Dios, a las oportunidades que me ofrece la vida y a la familia tan
excepcional que tengo.
Y es que como lo he dicho muchas veces, la felicidad no se
trata de una meta que se alcanza luego de una travesía. Es una decisión, un
estado mental que condiciona nuestra actitud y que nos hace dar lo mejor de
nosotros mismos mientras disfrutamos al máximo el momento presente, justo ahí
donde estamos y con quienes estamos.
Soy feliz porque a pesar de todo lo negativo que me
bombardea a diario, he aprendido a desechar lo que no sirve, lo que no construye,
lo que no enaltece. A fin de cuentas, ¿por qué me voy a aferrar al sinsentido y
al auto flagelo? Para mí es preferible tomar lo mejor que está a mi alrededor y aprovecharlo, vivirlo, y por
supuesto compartirlo, porque al compartirlo disfruto el doble, haciendo feliz a
alguien más.
Soy una optimista empedernida; siempre espero que pase lo
mejor hasta en las situaciones más adversas. Pido con fe, actúo con confianza y mantengo la esperanza siempre en
alto, porque creo en el poder del positivismo y el poder de los milagros. Y no
es que vaya a adentrarme en tonos espirituales, pero los milagros existen y
suceden a diario: desde el amanecer hasta el anochecer cada respiro y cada
movimiento de cada ser vivo es un milagro de la vida. Un milagro que vale la
pena apreciar y agradecer.
Y bueno, claro que es Dios quien obra los milagros, pero él también
los articula a través de nosotros, simples seres humanos que esperamos
transformar la vida en una cascada de felicidad para los demás. Yo, en lo
particular, espero contagiar a tantas personas como pueda con esta alegría que
me invade el corazón, con estas ganas de servir y compartir, viviendo a
plenitud y aprovechando cada recurso al máximo. Sin rencor –aunque a veces con
preocupación y sufrimiento temporales que me hacen darlo todo por volver a mi
estado normal de felicidad.
A mí todo esto no me cuesta más que ganas y determinación, y
no me canso de ponerlos en práctica cada día. Sé que hay personas a las que les
cuesta más, por diferentes situaciones, pero a lo mejor es tan sólo un problema
de actitud. Bien dice John Maxwell que los problemas se componen en un 20% por la
situación propia del problema y un 80% por la actitud que tengamos para
enfrentarlo (o como yo prefiero interpretarlo: mis posibilidades de resolver un
problema aumentan cuatro veces si tengo una actitud positiva). Así que podemos
ser verdaderos transformadores de oportunidades si nos dedicamos a ser felices
y a diseminar felicidad por el mundo, sin importar la condición en que nos
encontremos hoy.
Animémonos juntos y usemos ese súper poder oculto para que
las cosas caminen mejor y para que la humanidad sea más plena.
PD: Happier es una red social que me gusta mucho porque nos incentiva a expresar lo que nos hace felices. Les recomiendo ingresar, explorarla y descubrir cómo ser felices y agradecer la felicidad. (Este es su sitio web y esta su página en Facebook).
Además, les recomiendo ver este TEDTalk de Nataly Kogan, su desarrolladora, quien explica su propia versión de la felicidad.
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